Extraido de este mismo sitio os dejo la nota de presentación:
Andrés Herrera, alias Pájaro, nació en Sevilla. Nacer en la capital de
Andalucía es, de por sí, algo tan excelso que acaso no merece ser
comentado con unos meros párrafos en prosa. Pero, además, el destino ha
dispuesto que Pájaro viviera una afortunada cadena de experiencias (si
bien no todas han sido precisamente amables, desde luego) que han
moldeado al individuo hasta llegar a lo que hoy, sin duda, es: uno de
los músicos más sugestivos del país, inequívocamente en la plenitud de
su talento musical.
Sevilla es una ciudad magna, monumental, glamorosa, pero también de
estrechas calles empedradas, de rincones anacrónicos. Tras la fastuosa
herencia romana recibió la opulencia árabe y, después, se agasajó con el
esplendor cristiano, con un ojo puesto en el Nuevo Continente y el
otro, en el Mediterráneo y el resto de sus territorios ocupados.
Cualquiera que se establezca en la ciudad está expuesto a un caprichoso
prisma de culturas y tradiciones que filtrará la luz según como y desde
donde se quiera mirar.
La Sevilla de Pájaro es más la del río Betis que la del Guadalquivir,
más de Itálica que de Giralda, más de Escipión que de Muza. El remanente
romano empatiza con el gusto del artista por la Italia de Adriano
Celentano, de Sergio Leone, de Ennio Morricone. Su pasado como
guitarrista ineludible de la escena rockera sevillana, en una época en
la que, con toda naturalidad, se podía rendir pleitesía a Elvis y a la
Virgen de la Macarena el mismo día y a la misma hora, ha dejado tal poso
en su genio, que basta oír el single Las criaturas / Santa Leone para
darnos cuenta de que no puede haber más espontaneidad en como se mezclan
en el aire las ondas de una frenética guitarra surfera con las de una
corneta procesional de Semana Santa sevillana, o unos acordes de jazz a
lo Djiango Reinhardt con unos versos de San Juan de la Cruz. Todo eso
junto brota con el descaro y la franqueza de quien ha vestido sus
mejores Chelsea boots para ir a emocionarse con la marcha Ione, himno
cofrade que, ya de pequeño —acompañado por su padre, cinematógrafo de
profesión—, acudía a escuchar por Semana Santa. La marcha pertenece a la
ópera Ione de Errico Petrella, basada en la novela Los últimos días de
Pompeya, escrita por Edward B. Lytton, y Morricone la oyó hasta la
saciedad cuando, trabajando en España para las películas de Leone,
buscaba documentos sonoros que le sirvieran de inspiración. En el
dramatismo de la procesión, la imaginería barroca se abre paso a través
de las capas escarlatas de los centuriones. Lo imposible hecho posible.
Y es que, para Pájaro, Sevilla, Texas, Nápoles, Nueva Orleans, Roma,
Almería o Memphis se huelen desde su ventana. Y el rock’n’roll, el
blues, el surf, el swing, la saeta, la tarantela o el spaghetti western
suenan como una misma cosa cada vez que pone los dedos en las cuerdas de
su guitarra. Así, la magia surge de convertir en posible lo imposible
para que la belleza —que es algo que no existe— esté.